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XOLOITZCUINTLE, EL PERRO ANCESTRAL MEXICANO

Cuando los europeos llegaron a América lo confundieron con un caballo enano, se trataba del xoloitzcuintle.

Este canino ancestral es endémico de México y Centroamérica. Convivía con los antiguos mexicanos de diversas culturas como compañero incondicional de su propietario, incluso después de su muerte, además se creía que los perros acompañaban a sus dueños a transitar el camino hacia el Mictlán – el inframundo o sitio de eterno descanso- y servía de ofrenda funeraria a sus dueños.

El término xoloitzcuintle se origina del náhuatl: xólotl, extraño, deforme, esclavo, bufón, y de la palabra itzcuintli, perro. En la mitología mexica, Xólotl era el dios de la transformación, de los gemelos o lo doble, la oscuridad nocturna, lo desconocido, lo monstruoso y la muerte.

Era considerado el hermano gemelo y contraparte del dios Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, quien representaba la vida, la luz y el conocimiento. Ambos dioses encarnaban un rostro antagónico del planeta Venus en su tránsito frente al Sol.

Este perro tiene más de 7 000 años de antigüedad, lo que la hace una de las razas más antañas del mundo. Otros investigadores creen que ya se había domesticado hace más de 5 mil 500 años. En América, el xoloitzcuintle era más que un simple animal. A este canino se le consideraba un animal sagrado, un guardián y aliado trascendental.

El xoloitzcuintle estuvo al borde de la extinción durante la colonización europea. Los conquistadores hallaron en él una fuente de alimento y también querían eliminar las tradiciones religiosas relacionadas a este animal, de esta forma, esta raza fue obligada a guarecerse en la sierra de Oaxaca y Guerrero, donde encontró refugio.

Sus particularidades como la falta de pelaje y la pérdida temprana de sus dientes lo hacen único. En la antigüedad se usaba para tratar malestares reumáticos y asma. Tras la Revolución Mexicana, la imagen del xoloitzcuintle fue adoptada por artistas como Frida Kahlo, Diego Rivera, Rufino Tamayo y Raúl Anguiano. Era uno de los símbolos nacionalistas que intentaban recuperar la identidad mexicana, “europeizada” durante el Porfiriato.