Las experiencias oníricas pueden ayudarnos a sobrellevar traumas psicológicos y reconocer deseos no expresados.
El mundo de los sueños ha fascinado a la imaginación desde hace siglos. Aunque la psicología y la ciencia modernas no cuentan todavía con una explicación extensiva de por qué soñamos o cuál es la función del sueño, su aplicación terapéutica ha tenido una historia fascinante, la cual ofrece resultados promisorios.
Desde la Antigüedad, los sueños han sido leídos o interpretados como mensajes del más allá: de los dioses, de otros mundos, etc. No fue sino hasta el siglo XIX, cuando el psicoanalista vienés Sigmund Freud les prestó atención (en su obra fundamental De la interpretación de los sueños), que los sueños comenzaron a entrar en la cultura popular como una ventana hacia los deseos reprimidos y su satisfacción.
Para Freud, los sueños son una vía para satisfacer un deseo, el cual no siempre es evidente para el soñador –ya sea porque se trata de un deseo reprimido o porque el sueño es sencillamente una simbolización de algo a lo cual no podemos acceder por la vía lúcida–. En Oriente, los sueños tampoco han sido dejados de lado. Para el budismo Bö, los sueños pueden utilizarse como medio de adivinación o como vía para expandir la conciencia y acceder a otros estados de claridad mediante el ejercicio del sueño lúcido.
A pesar del amplio corpus documental que avala la existencia del sueño lúcido, su aplicación terapéutica sigue siendo motivo de discusión, y se le asimila a otras formas populares de magia, como el tarot o la astrología.
Un estudio señala que las emociones intensas que experimentamos en ciertos sueños (como las pesadillas) se vinculan a la amígdala y el hipocampo, las áreas de nuestro cerebro responsables de procesar la memoria a corto y largo plazo. De acuerdo con la investigación, una falta de sueño en su fase REM puede estar ligada a la aparición de depresión.
El trabajo de los terapeutas oníricos comienza por familiarizar a los pacientes con sus propios sueños. La primera vía para hacerlo es el registro diario de sueños a través de un diario. La capacidad para recordar los sueños es algo que puede desarrollarse mediante la práctica. Al principio, basta con anotar algún objeto o emoción predominante; con el tiempo, encontraremos que nos resulta más y más sencillo recordar episodios, diálogos, y familiarizarnos más profundamente con los paisajes del sueño.
Posteriormente, los sueños se llevan al terapeuta, el cual, dependiendo del tipo de enfoque, le ayuda al paciente a generar una interpretación. ¿Sueñas a menudo que tratas de meter ropa a una maleta pero ésta nunca cierra? Probablemente debes hacer frente a tus emociones, en lugar de ocultarlas. ¿Sueñas que un monstruo horrible te persigue mientras tus pies se derriten? Tal vez si dejas de escapar de lo que te angustia y te permites observarlo, verás que el monstruo se convierte en una figura familiar y amistosa que tiene algo hermoso que mostrarte.
Este tipo de terapia de sueños fue solamente uno de los recursos de los principios del psicoanálisis, así como una vía para encontrar alternativas lúcidas a situaciones estresantes incluso desde la Antigüedad. Pero no es necesario un acercamiento desde la religión o la ciencia para comenzar a familiarizarnos con nuestros sueños: basta un poco de voluntad en el día a día para programar nuestra mente con el objetivo de soñar, así como de recordar nuestras experiencias oníricas durante el día.
Después de todo, los sueños ocurren dentro de cada uno de nosotros. Son parte de nuestra experiencia vital, y aunque sucedan en el terreno de nuestra mente, no son experiencias menos reales que las que vivimos al despertar. La relación con los sueños es algo que puede cultivarse, y como demuestran las investigaciones anteriores, pueden ayudarnos a tener una vida psicológica más rica y plena.