Aunque parezca un anacronismo asociar al apóstol y al Dios Azteca, no es así, pues la historia y las religiones se las arreglaron para unir al apóstol famoso por su incredulidad y al dios representado como una serpiente emplumada.
El 12 de diciembre de 1794, un sacerdote dominico de origen mexicano, llamado Servando Teresa de Mier, dio un sermón ante el Arzobispo de México y el Virrey de Nueva España en el que aseveraba que el manto de la Virgen de Guadalupe era la capa de Santo Tomás Quetzalcóatl, y que María en persona había impreso su cara en el manto.
Esta afirmación la hizo en el marco de la celebración de la milagrosa aparición de la imagen, y tuvo serias consecuencias para este padre nacido en Monterrey y considerado como uno de los pioneros de la independencia de México.
El santo al que se refiere el padre Servando es el apóstol Tomás, también conocido como Judas Tomás Dídimo, célebre por haberse mostrado incrédulo ante la resurrección de Jesús, y al que se le atribuye la frase “ver para creer”, aunque lo que realmente dijo fue: “si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré” (Juan 20:25).
Quizás menos conocida es la historia de Tomás posterior a la Ascensión del Mesías. Algunos testimonios aseguran que evangelizó en Siria y murió allí; otros que se trasladó a la India, adonde llegó por el año 52, fundó iglesias y murió allá y sus restos fueron llevados posteriormente a Siria, a la ciudad de Edessa.
Tal vez fue una lectura sesgada la que llevó al historiador y matemático mexicano Carlos de Sigüenza y Góngora a afirmar que santo Tomás no había estado en la India sino en las Indias, como era conocido inicialmente el Nuevo Mundo, y que habría sido convertido en el recuerdo por los indígenas en el dios Quetzalcóatl.
Sigüenza y Góngora es de por sí un personaje apasionante, quien entre otras cosas destaca por haber sido quien dirigió, en 1675, las primeras excavaciones arqueológicas de Teotihuacán.
Quetzalcóatl, la “serpiente emplumada”
Esta divinidad es otro personaje interesante cuyos orígenes se pierden en los tiempos de los olmecas, pobladores primigenios de Mesoamérica, cuya civilización se desarrolló entre el 1500 y el 500 a.C., y cuya presencia mantuvo su importancia entre los toltecas, los mayas (que le rindieron culto con el nombre de Kukulkán) y los aztecas. A esta figura se le atribuyen valores en torno a la bondad equivalentes a los del cristianismo y se dice que se oponía a los sacrificios humanos.
A fines del siglo XVIII, a la tesis de Sigüenza y Góngora se agregó la de un abogado, José Ignacio Borunda, que a partir de descubrimientos arqueológicos hechos en 1790 afirmó nuevamente que Quetzalcóatl era santo Tomás y que el rostro de la Virgen no se encontraba en la tilma de Juan Diego, sino en la capa del santo.
Fray Servando Teresa de Mier retomó esta teoría y la defendió cuatro años después, con lo que además de negar el milagro de la Virgen de Guadalupe, pregonaba que el cristianismo era anterior a la llegada de los españoles a México, atrayendo el interés del Santo Oficio, que le abrió un proceso una semana después del sermón… pero ésa es otra historia. Concluyamos ésta con las palabras iniciales del clérigo mexicano:
“Guadalupe no está pintada en la tilma de Juan Diego sino en la capa de Santo Tomé (conocido por los indios como Quetzalcóatl) y apóstol de este reino. Mil setecientos cincuenta años antes del presente, la imagen de Nuestra señora de Guadalupe ya era muy célebre y adorada por los indios aztecas que eran cristianos, en la cima plana de esta sierra del Tenayuca, donde le erigió templo y la colocó Santo Tomé.”
Tal vez no se pueda probar esta teoría, pero resulta tremendamente interesante, ¿no crees?