Tal vez recuerdes cuando las niñas de tu escuela se formaban en dos filas, una frente a la otra, para cantar “Matarilerileró”: —¿Qué quiere usted? Matarilerileró. —Yo quiero un paje. —Escoja usted. —Escojo a usted. —¿Qué oficio le pondremos? —Le pondremos lavandera. —Ese oficio no le gusta […] Matarilerileró; y a medida que se decían los versos, la primera fila avanzaba hacia la segunda, en un juego de avance y retroceso.
Muchas de las canciones populares que usan los niños mexicanos para jugar, tienen un origen hispano. Cuando hablamos de folklore, palabra compuesta por el vocablo germánico volk, ‘pueblo, gente’ y la forma verbal del inglés arcaico lore, ‘aprender’; hablamos del «conjunto de las tradiciones, creencias y costumbres de un pueblo».
Estos cantos, que muchos niños y niñas han entonado para su entretenimiento, son una herencia de la cultura hispana y llegaron a tierras mexicanas desde tiempos de la Conquista, ya que las canciones infantiles y la música provenientes de la lírica europea, de la juglaresca medieval y del Siglo de Oro español, fueron una de las maneras de enseñar la lengua castellana a los nativos, particularmente a los niños.
Vicente T. Mendoza afirma que «La víbora de la mar» es un fragmento de un juego bastante conocido a principios del siglo XVII en España:
A la víbora, víbora de la mar / por aquí pueden pasar
los de adelante corren mucho / y los de atrás se quedarán.
Una mexicana que fruta vendía
ciruela, chabacano, limón o sandía, […]
¿será melón, será sandía? / ¿será la vieja del otro día? […]
Mendoza agrupa estos cantos siguiendo el desarrollo natural de los niños: en primer término las canciones de arrullo, luego las coplas de nana —como aquel «Tengo manita, no tengo manita, porque la tengo desconchabadita […]»—, a continuación los cánticos religiosos, los de Navidad y las coplas infantiles, que corresponden a niños de seis a ocho años.
Sigue la serie de los juegos, comúnmente llamados «rondas infantiles», en diferentes formas y aspectos, abundando los corros de niñas; les siguen los cuentos de nunca acabar —«Había una vez un barco chiquito […]»— y, finalmente, las relaciones, romances, romancillos, mentiras y cantos aglutinantes, que exigen del niño un desarrollo intelectual suficiente para ordenar series progresivas o regresivas —«Yo tenía diez perritos / y uno se cayó en la nieve / ya nomás me quedan nueve […]».
LAS CANTINELAS.
Los cantos de arrullo son transmitidos al infante por las mamás, nanas o nodrizas, por ello es que, en cierta medida, modelan nuestra sensibilidad y quedan tan profundamente grabados que, al escucharlos, despiertan la añoranza de los primeros años. Generalmente sus versos son hexasílabos y tienen una rítmica tierna y simple, heredada de España.
—Señora Santa Ana, / ¿por qué llora el niño?
—Por una manzana / que se le ha perdido.//
—Si llora por una / yo le daré dos
una para el niño / y otra para vos […]
Ya sea alegría, burla, ironía o buen humor, en las coplas infantiles se expresan los más diversos estados de ánimo. Las coplillas tradicionales españolas con versos que terminan en palabras sobreesdrújulas, son un ejemplo que reproduce las formas arcaicas de la enseñanza de la lectura por medio de las cartillas en el siglo XVI, tituladas «Christus abc».
Somos indítaralas / michoacanítaralas
que lo paseámorolo / por lo portal.
Vendiendo guájereles / y jícarítaralas
y florecítaralas / del temporal.
Un ejemplo muy representativo de canciones de corro, es «Tengo una muñeca vestida de azul». Las niñas la cantan formando un círculo y, tomadas de la mano, saltan o caminan en una dirección distinta para cada estrofa. Algunas niñas la escenifican imitando con gestos lo que se narra en la canción.
Tengo una muñeca / vestida de azul
con su camisita / y su canesú
la saqué a paseo / se me constipó
la tengo en la cama / con mucho dolor.
Esta mañanita / me dijo el doctor
que le dé jarabe / con un tenedor.
Dos y dos son cuatro, / cuatro y dos son seis,
seis y dos son ocho / y ocho dieciséis.
Por otro lado, muchas de las rondas infantiles provienen de la tradición francesa —como «María la pastora», «Matarilerileró» o «Mambrú se fue a la guerra»— y nos llegaron por mediación de España. Por ejemplo «Doña Blanca», que deriva de un romance español llamado «Doña Sancha».
Todos: Doña Blanca está cubierta, con pilares de oro y plata.
Jicotillo: Romperemos un pilar para ver a doña Blanca.
Todos: ¿Quién es ese jicotillo que anda en pos de doña Blanca?
Jicotillo: Yo soy ese jicotillo que anda en pos de doña Blanca
Aquí es interesante hacer notar que la palabra jicotillo podría ser una metátesis de la palabra Quijotillo, es decir un Quijote pequeño haciendo alusión al personaje de Cervantes.
Otro juego muy popular entre las niñas mexicanas es en el que se hace un círculo y una niña pasa al centro. La rueda gira y se detiene en la última estrofa de la canción. La niña del centro elige a una niña de la rueda, que pasa a ocupar su lugar, mientras ella sale del círculo; y así se continúa hasta que en la rueda quedan dos niñas.
Naranja dulce / limón partido,
dame un abrazo / que yo te pido.
Si fueran falsos / mis juramentos
en poco tiempo / se olvidarán.
El contagio gozoso de canciones y juegos se facilita por la natural tendencia de los niños a la imitación: «Que llueva, que llueva / la Virgen de la Cueva […]» es una imitación de los adultos alzando los brazos al cielo, rogando por lluvia. La «Rueda de San Miguel» se ejecuta en círculo, y los niños van volteándose a quedar de espaldas al centro, hasta quedar todos en esa posición.
A la rueda de San Miguel / todos traen su caja de miel.
A lo maduro, a lo maduro / que se voltee [Fulano] de burro
En la lírica infantil, un texto puede considerarse vigente siempre que haya una comunidad de niños que lo cante o lo juegue. Y, como en los romances, no todo es tan infantil como parece: existe un juego en el que los niños se sientan, y pasa una niña cantando, cuando dice los últimos versos señala a un niño y éste tiene que salir y bailar con ella.
Arroz con leche / me quiero casar
con un mexicano / que sepa cantar.
El hijo de rey / me manda un papel,
me manda decir / me case con él.
Con éste no, / con éste sí,
con éste mero / me caso yo.
Vía: Algarabía