No te pierdas esta delicada e íntima mirada a la cotidianidad de Lorena Ramírez, corredora rarámuri.
Lorena Ramírez ha acallado al mundo ejecutando un acto que, en realidad, es bastante simple, discreto y silencioso: correr. Hablamos de la corredora rarámuri que desde hace algunos años ha llamado la atención de muchos por su gran desempeño en carreras de muy larga distancia, celebradas en distintos puntos del planeta.
Algunos dirán, tal vez con buenos argumentos, que esta joven mujer trae “en la sangre” la posibilidad de ser una deportista de tan alto nivel. Los rarámuris, o “sujetos de pies ligeros”, son bien conocidos por su enorme habilidad de recorrer larguísimos tramos a bordo de sus propios cuerpos, ágiles y concentrados.
Entre los miembros de esta comunidad, habitantes de las sierras de Chihuahua, correr tiene un sentido ritual y simplemente parece transmitirse entre ellos como un “don” que les es propio. Pero, hay en la forma que tiene Lorena de comunicar su relación con su recio y noble movimiento, algo realmente único; sugiriendo que su magia brota desde un lugar mucho más íntimo; más personal.
Por lo menos eso deja ver el breve y contundente corto documental “Lorena, la de pies ligeros”, recién estrenado en Netflix. La pieza, dirigida por Juan Carlos Rulfo y producida por Gael García, nos sumerge íntimamente en la apacible cotidianidad de Lorena Ramírez, mostrando distintas dimensiones de su ligereza.
Hablado casi totalmente en rarámuri, por la voz de la misma Lorena, aprendemos un poco sobre lo que pasa por su cabeza como corredora, pero también como sujeto que busca cariñosamente tejer un balance entre la vida de competencias y su vida en el campo. Es notable la enorme conexión que ella y su familia tienen con el maíz y las otras plantas y animales que cultivan. La milpa es casi otro personaje de esta delicada narración. Y tiene sentido, con los coloridos granos, ya tostados, se hace el pinole, alimento que tradicionalmente energiza a los rarámuris mientras corren.
Resalta, entre otros detalles, la enorme presencia de su familia, con quienes comparte el gusto y la maestría al correr. También guardan su lugar las cabras y los perros, animales que rodean a Lorena Ramírez y a sus hermanas y hermanos, mientras todos corren por el escarpado paisaje que, evidentemente, conocen como las palmas de sus propias manos. La intuición que los guía a través de su propio entorno es ciertamente envidiable.
Contrasta, por su parte, la actitud de los fanáticos y los medios: todos quieren un poco de Lorena, que no para de correr por nada y ellos no dejan de sorprenderse, especialmente por su atuendo y su origen: “Seguirán tomando fotos mientras gane” susurra la joven, “¿me seguirán tomando fotos cuando me detenga?”
Sus palabras, por lo menos a lo largo de esta pieza audiovisual son así: escasas pero contundentes y casi dolorosas. Pero “así son los ganadores”, dice con un cariñoso tono burlón su padre, “no les gusta hablar tanto, son como los venados.”
Y resuena. Por lo menos a través de la pantalla, Lorena es una personaje perfectamente serena, parsimoniosa y digna. Es un auténtico placer verla reír o divertida; le devuelve cierta cualidad infantil que, en otros medios no se le había visto. También ríe nerviosa cuando su hermano le pregunta: “Cuando corres ¿lo haces en serio?” “Pues sí… “ responde. Pues sí.