Al parecer, la muerte es un proceso mucho más largo y complejo de lo que creíamos… la muerte es ineludible.
Así, se convierte en eso que todos compartimos: un camino universal que todos recorreremos. Por ello, no extraña que sea uno de los misterios en torno a los cuales se ha indagado más desde los principios de la historia, siendo quizá el tópico que más reflexiones ha generado, quizá filosofías enteras.
La ciencia moderna se ha encargado de develar muchos de los enigmas respecto a este destino final –¿final?–. Aunque, precisamente, aún quedan muchas dudas, e incluso se han abierto nuevas preguntas. Así, parece que estamos ante una cuestión que necesariamente habremos de experimentar para conocer en su totalidad.
Pero mientras eso pasa, siempre será un placer seguir indagando y meditando sobre la muerte. Y es que hacerlo no es un lúgubre recordatorio de un destino cruel. En realidad, pensar en la muerte puede resultar beneficioso para nuestra concepción de la vida –y la manera como transitamos nuestra propia existencia–, porque es una manera de vencer al miedo que nos genera la idea de morir. Dejemos que la ciencia abone a esta cuestión, sin dejar de lado la importancia que otras disciplinas tienen para pensar la muerte.
La luz al final del túnel es real. El primero en detallar un caso de muerte cercana fue el médico francés Pierre-Jean du Monchaux, quien especuló que los sentimientos místicos que esta experiencia proveía podían explicarse por el cambio del flujo sanguíneo en el cerebro. Su hipótesis no ha sido rebatida, sólo que la ciencia moderna, como consta en un artículo de la revista Scientific American, ha agregado el dióxido de carbono como uno más de los elementos que, al llegar a los ojos por un impulso de miedo en el cerebro, ocasiona lo que parece ser una luz.
Tu energía permanece. Simple termodinámica. Bueno, no tan simple, pero sí harto conocida. Según la primera ley de la termodinámica, descubierta por Antoine-Laurent de Lavoisier, la materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma. Nuestro cuerpo se va a transformar y, de una u otra forma, estará en el mundo durante todo el tiempo que éste dure, así como nuestra energía. De hecho, todo lo que nos compone ya estaba aquí antes de que tuviésemos conciencia.
La velocidad de la muerte. La muerte es como una señal y, según se pudo constatar en un estudio publicado en la revista Science, dicha señal avanza 30 micrómetros por minuto: algo más o menos equivalente a 2 milímetros por hora.
El cerebro tarda más en morir. Precisamente, el misterio no es a dónde va el cuerpo, sino a dónde va la mente tras morir. Según Sam Parnia, director de cuidados intensivos y resucitación en la Escuela de Medicina del Centro Médico Langone, el cerebro sigue activo durante horas después de que la “muerte clínica” es decretada. Aunque, como vimos, la muerte clínica es un proceso, y no sólo un apagón repentino.
Podemos ser conscientes de nuestra muerte. Debido quizá a la falta de oxigeno y al estado general del resto del cuerpo, el cerebro empieza a actuar de otras maneras cuando morimos. Un estudio publicado en The Canadian Journal of Neurological Sciences comprobó, a través de encefalogramas, que las ondas que el cerebro genera son predominantemente lentas. Se trata de las llamadas “ondas delta”, mismas que producen quienes meditan a profundidad. Lo que nos lleva a pensar que morir es una suerte de ampliación de la conciencia.
Las experiencias cercanas a la muerte son como un sueño. Según un estudio publicado en Neurology, las experiencias cercanas a la muerte podrían activar ciertos procesos cerebrales asociados al sueño y que son ocasionados en la etapa REM (Rapid Eye Movement). Por supuesto, el estudio sólo se basó en evidencia anecdótica, ya que no hay manera de poner a sujetos de prueba bajo experiencias cercanas a la muerte. Pero esta relación podría tener mucho sentido, y sugiere que los sueños tienen un papel tan importante en la muerte como lo tienen en la vida.
Los animales entienden la muerte (y experimentan el duelo). No sólo nosotros entendemos la muerte. Cuervos, elefantes, chimpancés y jirafas son algunos de los animales que entienden la muerte de una manera más profunda que otras especies. Más allá del instinto, los cuervos son capaces de aprender de la experiencia de la muerte de otros, y no sólo de aquella experiencia que pone en riesgo su propia vida, como otros animales. Eso quiere decir que tienen otro entendimiento de la muerte y, por lo tanto, alguna concepción de ésta. Mientras que los elefantes son conocidos por sus rituales funerarios, mismos que incluyen la visita sistemática al lugar donde yacen los restos de sus semejantes.
Fuente: Ecoosfera.com