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LEYENDAS DEL MÉXICO PREHISPÁNICO

Los mitos y leyendas forman parte de la historia cultural de cada sociedad, su finalidad es explicar hechos o sucesos a partir de una visión mágica, alejada de los fríos razonamientos de la ciencia moderna.

Es por eso que al leer algún mito o leyenda de cualquier parte del mundo nos sentimos transportados a un mundo distinto, lleno de misterio y magia que nos hace desear que todo ello de alguna forma es real. A continuación presentamos cinco mitos y leyendas del México prehispánicos.

La leyenda del Iztaccíhuatl y el Popocatépetl.

Cuenta una leyenda que el altivo y orgulloso pueblo Tlaxcalteca, cansados de la opresión por parte del imperio Azteca, decidieron enfrentárseles para obtener su libertad. Popocatépetl era un joven guerrero que estaba enamorado de Iztaccíhuatl, la hermosa hija del jefe de los Tlaxcaltecas, sentimiento que también ella sentía por él. La batalla que se avecinaba presagiaba graves dificultades por ser los aztecas superiores en número al ejército Tlaxcalteca. Antes de partir a la batalla, el joven guerreo pidió la mano de Iztaccíhuatl a su padre, a lo que éste accedió, asegurándole que a su regreso celebrarían el matrimonio de ambos, así como su victoria.

Y así, Popocatépetl se marchó a pelear por el honor de su pueblo, llevando consigo la promesa de su amada de esperarlo sin importar cuánto tiempo tardase en llegar. El tiempo transcurría y en el asentamiento de los tlaxcaltecas no se tenían noticias de los avances en la guerra ni de Popocatépetl. Iztaccíhuatl sufría mucho ante la incógnita del paradero del guerrero y, en ese estado de fragilidad, un antiguo rival de Popocatépetl la convenció de que éste había muerto en batalla, fue un duro golpe para ella y muy pronto la tristeza y desolación la hicieron caer enferma llevándola en poco tiempo a la muerte.

Tiempo después regresó Popocatépetl junto a los demás guerreros sobrevivientes, trayendo consigo la victoria. Pero la felicidad rápidamente se transformó en tristeza al enterarse que su amada había muerto. Esa noche no hubo fiesta ni risas, sólo el lamento del gran guerrero Popocatépetl rompía el silencio de la noche. Tomó el cuerpo inerte de su amada y la llevó a lo alto de un monte cercano, allí recostó a su amada para que reposara en paz mientras él, hincado ante ella y con una antorcha humeante en sus manos, velaría por el sueño eterno de la hermosa Iztaccíhuatl.

 



La leyenda del maíz.

En un principio, el pueblo azteca luchaba por su supervivencia ante las difíciles condiciones de su nuevo hogar. Su comida era más bien escasa, los animales que cazaban eran muy pocos, por lo que tenían que recolectar raíces para intentar satisfacer su apetito aunque fuera escasamente. Ellos sabían de la existencia del maíz, alimento sagrado que, sin embargo, se encontraba oculto tras unas enormes montañas. Sus antiguos dioses, conscientes de las penalidades que sufría su pueblo, ya habían intentado abrir una brecha entre esas montañas, más sus esfuerzos siempre resultaban vanos.

No fue sino hasta la llegada de Quetzalcóatl cuando todo esto cambió. Quetzalcóatl era un dios que aunaba a su sabiduría, la perspicacia y el ingenio necesarios para resolver este grave problema. A sabiendas del esfuerzo de los otros dioses en separar las montañas, él no gastó sus fuerzas en esta titánica labor, sino que se transformó en una pequeña hormiga negra y, haciéndose acompañar por otra hormiga roja emprendió el camino rumbo a las montañas, pero el camino que conducía hacía el tan anhelado maíz no era fácil, pero el amor que Quetzalcóatl sentía por su pueblo, lo impulsó a vencer todos los obstáculos. Al fin, Quetzalcóatl llegó hasta el sitio donde se encontraba el maíz y, tomando un dorado grano entre sus pequeñas mandíbulas, emprendió el camino de regreso. Al llegar a su pueblo entregó a los aztecas aquel pequeño grano de maíz, ellos lo plantaron y cuidaron con esmero hasta que éste broto de la tierra. Desde entonces el maíz fue la base alimenticia de los aztecas, alimento sagrado que ha nutrido a las generaciones.



El flechador del sol.

La mitología mixteca habla de que en el principio de los tiempos, en la región de Apoala, existían dos árboles gigantescos que se profesaban un amor tan fuerte que, venciendo la distancia que los separaba, lograron entrelazar sus raíces y con sus ramas se fundieron en un abrazo eterno. De esta unión nacieron los primeros hombres y mujeres que poblaron la Tierra, y ellos y sus descendientes fundaron la ciudad de Achihutla.

Con el paso del tiempo la población continúo creciendo hasta que la ciudad era insuficiente para albergarlos a todos, por esta razón, Tzauindanda, gran guerrero de este pueblo, decidió salir en busca de nuevas tierras donde pudieran erigir su ciudad, así que tomó su arco y sus flechas y salió de la ciudad en busca de aquel lugar deseado. Pasaron los días y el joven guerrero no encontraba ningún lugar digno hasta que cierto día llegó hasta una vasta extensión de tierra, ideal para su pueblo. Dejó correr la vista por todo el terreno, tratando de encontrar al poseedor de ellas para disputarselas, pero ahí no había nadie.

De pronto, levantó la vista y vio al Sol, brillante y esplendoroso, cual si fuese el dueño de aquellas tierras. Y mientras lo contemplaba, sintió cómo sus rayos castigaban su piel morena cual si se tratase de afiladas flechas que le lanzará desde la altura. Tzauindanda tensó su arco y lanzó todas las flechas que llevaba consigo, dispuesto a vencer a aquel poderoso contrincante. Al atardecer, Tzauindanda notó cómo el Sol se retiraba tras las montañas, herido y bañado en el rojo de su sangre; por fin había derrotado al Sol y proclamó a su pueblo poseedor de aquellas tierras.


La leyenda del Sol y la Luna.

Cuando el mundo aún estaba siendo formado, los dioses se reunieron para decidir quiénes serían los encargados de iluminarlo, para así no mantenerlo sumido en las tinieblas. Tecuciztécatl, uno de los dioses presentes, afirmó con arrogancia que sería él quien lo iluminaría. Todos los presentes aceptaron de buen grado, pero se necesitaba a alguien para complementará tal tarea y al no ofrecerse alguien más, los dioses decidieron decirle Nanahuatzin, un dios modesto y callado, quien aceptó tal tarea. Para llegar puros al sacrificio y ambos pudiesen ser quienes iluminaran al mundo, ambos se dedicaron a hacer penitencia.

El día del sacrificio llegó y ambos debían arrojarse al fuego para completar el proceso. El orgulloso Tecuciztécatl dudo en arrojarse al fuego, lo intentó varias veces pero no se decidía, por lo que los demás dioses le pidieron a Nanahuatzin que lo intentase, éste caminó decidido hacía el fuego y sin pensarlo dos veces cerró los ojos y entregó su cuerpo. Tecuciztécatl, avergonzado por sentir miedo, se arrojó inmediatamente después de Nanahuatzin. Y así, en el mismo orden en que se arrojaron, aparecieron ambos dioses en el cielo, convertidos en el Sol y la Luna.


La piel del venado.

Se dice que en un principio, los venados tenían una piel tan blanca que eran fácilmente vistos por los cazadores, quienes sentían un predilección por la piel del venado gracias a la resistencia de ésta, perfecta para la fabricación de escudos, además del delicioso sabor de su carne. En cierta ocasión, un cervatillo que se había alejado de su madre se encontraba bebiendo agua de un arroyo cuando escuchó voces humanas, al voltear se percató que eran cazadores que se aprestaban a disparar su flechas contra él, saltó a tiempo para esquivar una de las flechas y salió corriendo. Pero los cazadores eran muy ágiles y veloces y en más de una ocasión, las flechas lanzadas por estos pasaban silbando muy cerca de su cuerpo; cuando una de aquellas flechas estaba a punto de herirlo, pisó un hoyo que había en la tierra y cayó dentro de una cueva que se mantenía oculta entre la maleza.

Allí se encontró con tres entes mágicos que le aliviaron el dolor y lo mantuvieron a salvo mientras su pata se curaba. Después de haberse recuperado por completo, el pequeño ciervo agradeció la bondad de aquellos entes y, a punto de despedirse, ellos le concedieron un deseo. El ciervo pidió que lo protegieran a él y a su especie, de los hombres. Los entes accedieron y tomaron tierra entre sus manos y, vertiéndola sobre la piel del venado, pidieron al Sol que éste cambiara de color la piel de los venados para que se confundieran con la tierra El Mayab. Desde entonces la piel de los venados cambio para protegerlos y se convirtió en una representación de El Mayab.

Vía: CulturaColectiva.com