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La vasija de obsidiana de Texcoco, una pieza misteriosamente destellante

Según la leyenda, en 1920 un campesino de Texcoco llevó la pieza hasta el Museo Nacional de México para entregársela al director a cambio de una talega de maíz.

La primera vez que México se enteró masivamente de la existencia de la vasija mono de obsidiana fue en la Navidad de 1985 cuando un par de muchachos de Ciudad Satélite la sustrajeron del Museo Nacional de Antropología, junto con otras 138 piezas, para entregárselas a un narco de Acapulco que les ayudaría a venderlas.

La vasija se recuperó felizmente en 1989. Sin embargo, esta estaba lejos de ser la primera aventura de la valiosa pieza labrada en roca volcánica atribuida al pueblo acolhua, sobre la cual siempre han existido misterios, como su origen y su autenticidad. Arqueólogos sugieren que la razón de que se haya realizado en obsidiana un mono tan estilizado pudo deberse a la creencia de que estos animales aparecieron de manera importante antes del advenimiento de los verdaderos humanos. El destellante primate negro de obsidiana está en cuclillas mientras sostiene con ambas manos su propia cola situada justo arriba de su cabeza. Se cree que se trata de un mona araña embarazada, dado el ligero abultamiento de su panza.

Su brillantez es tal que no han faltado arqueólogos que aseguren que la pieza no puede ser de 1250, sino que data de años más recientes, pues el lustre del que goza solo pudo haberse sacado con máquinas modernas. Fue el arqueólogo especialista en lapidaria, Emiliano Ricardo Melgar, quien sacó la vasija mono de obsidiana de su vitrina para realizarle estudios que concluyeron que en su realización se ocuparon materiales líticos (es decir otras piedras) pero no se hallaron indicios de equipos recientes.

Por voz de quien lo llevó al museo, sabemos que fue hallado en Texcoco; sin embargo, ignoramos totalmente en qué sitio y en qué contexto cultural fue encontrado. Renato Ravelo y Francisco González Rul, editores del artículo «El saqueo arqueológico» de la revista “Arqueología Mexicana”, utilizaron el mono de obsidiana para ejemplificar los problemas derivados del saqueo de sitios arqueológicos para enriquecer colecciones privadas. Ambos hacen excelentes observaciones sobre la desaparición de datos esenciales cuando las piezas son retiradas de su contexto arqueológico sin ningún registro científico o histórico. Sin embargo, la investigación básica en ambos artículos es fallida: al parecer se apoyan en una especie de mitología del museo para explicar el origen de la pieza r su fecha de adquisición.

Una fotografía del mono de obsidiana, en un conjunto de objetos de la «civilización acolhua», fue publicada en 1891 en la página 71 de un catálogo en inglés del Museo Nacional, elaborado por Wilson W. Blake y titulado The Toltec Teocallis and Aztec Antiquities of Mexico. Leopoldo Barres, inspector y conservador de monumentos arqueológicos de México, había reclasificado estos objetos a finales de la década de 1880 y la fotografía que a pared a en aquel catálogo es una de las que Batres envió por correspondencia a William Henry Holmes, del Smithsonian, las cuales se encuentran en los National Anthropological Archives de la misma institución.

El mono de obsidiana se recuperó al sexto mes de gobierno del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari y no hay forma de contradecir esta última versión porque las evidencias del origen, extracción y entrega del mono de obsidiana son precarias y están basadas más en dichos que en hechos.

Según la leyenda, en 1920 un campesino de Texcoco llevó la pieza de obsidiana hasta el Museo Nacional de México para entregársela al director a cambio de una talega de maíz; esta romántica versión aunque falsa, o al menos dudosa, aún órbita de vez en vez dentro de investigaciones profesionales.

La realidad, o lo más cercano a ella, fue que el mono de obsidiana llegó a manos de las autoridades en 1880. El doctor Rafael Lucio la localizó dentro de la casa de uno de sus pacientes quien la adquirió a través de un campesino que la había localizado en una hacienda. El doctor Lucio convenció al sujeto de que entregara la vasija, y más por remordimiento que por obligación, le dio a cambio de ella un anillo de diamantes. Habría sido el médico quien vendió el primate de piedra al Museo Nacional por una ganga. De estos hechos dio testimonio el arqueólogo francés de la corte de Maximiliano, Eugene Boban, quien se cree estuvo en el proceso de evaluación y negociación de compra de la pieza.

Tal vez un día se tengan más datos del sitio donde se extrajo el mono de obsidiana; sin embargo, por el momento es lo que hay.

Fuentes: Arqueologiamexicana.mx, Mexicodesconocido.com.mx