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EL LADO OSCURO DEL CHAVO DEL 8 Y LAS DICTADURAS EN AMÉRICA LATINA

Los estereotipos latinoamericanos relacionan trágicamente a México con «El Chavo del 8».

De Tijuana a Tierra del Fuego, la monolítica figura de Roberto Gómez Bolaños se levantó como un ícono durante la segunda mitad del siglo XX y hoy es un justo referente de la cultura nacional, la ignorancia y el poder de los medios de comunicación masiva en el país y toda la región.

La fiebre que provocó el trabajo de Chespirito a través de su personaje principal caló hondo en todos los países hispanohablantes de América. La fórmula no requirió más que cumplir con la simpleza narrativa y la máxima de la televisión que entonces marcó Televisa, castrándola de todas sus potencialidades discursivas y culturales: el entretenimiento.

«El chavo» es un niño huérfano que exalta el humor simple sobre un discurso de idealización de la pobreza, el machismo, la discriminación y el sistema político nacional. Alrededor de su figura ingenua e infantil, se levantan discusiones sobre la penetración del discurso del programa televisivo en toda una generación que lidió con dictaduras, corrupción, pobreza extrema y en su decadente andar, encontraba en el discurso del comediante un conformismo pasivo que instaba a la inacción y ante todo, a mantener el curso inalterado de las cosas e intentar ser feliz.

Más allá de su innegable influencia cultural en Latinoamérica, la carrera de Chespirito responde al auge de la empresa televisiva más poderosa en habla hispana y la forma en que orientó el desarrollo de la teledifusión en México. De la mano de Televisa, Gómez Bolaños llegó a través de la pantalla a todos los hogares de la región que contaran con un aparato receptor, pero ¿qué hay de su influencia directa y su postura con respecto a lo que ocurría en América Latina?

El mismo hombre que con aire de superioridad llamó «una caricatura» al Guernica de Picasso, defensor a ultranza de la prohibición del aborto y alineado con el oficialismo y el poder que lo vio nacer, afirmaba deberse a su público y como tal, nunca dejó de responder con gratitud a su status de ídolo. Sin embargo, sus relaciones con los regímenes dictatoriales de Chile, Argentina y la férrea estructura del poder en México marcaron su carrera para siempre.

Chespirito contaba orgulloso que su elenco recorrió todos los países de Latinoamérica (excepto Cuba) durante la década de los setenta. Una de sus visitas más polémicas fue la que realizó a Chile en 1977.

En medio de un boicot artístico internacional, Chile se convirtió en una isla donde las visitas eran contadas y administradas por la junta militar. Sólo la arriesgada gira sudamericana de The Police en 1982 –que caló tan hondo en Sting y el resto del grupo que inspiró el tema «They Dance Alone» en memoria de las mujeres chilenas– con tintes de protesta compitió durante la dictadura con la presentación de Gómez Bolaños y todo su elenco en el país andino. No obstante, la actuación del «Chavo» y el «Chapulín colorado» fue en un sentido más acorde a las intenciones del régimen precedido por Pinochet.

En octubre de 1977, el centro de reclusión y tortura más grande del mundo durante la dictadura militar, el Estadio Nacional de Santiago, fue abarrotado por más de ochenta mil personas para ver el espectáculo del cómico mexicano en medio de un clima de hostilidad, represión y desapariciones forzadas desde el golpe en 1973. Chespirito y compañía fueron recibidos como unos ídolos en la capital, donde fueron vitoreados en su recorrido del aeropuerto al Estadio Nacional, donde incluso dieron «dos vueltas olímpicas (…) a costa de terminar resoplando de agotamiento».

Los ecos de la visita no se hicieron esperar y la crítica a Bolaños arreció en los medios nacionales; no obstante, la réplica llegó 30 años después a modo de apología bajo la protección de Televisa. En un párrafo de la autobiografía «Sin Querer Queriendo» (2006), Gómez Bolaños recuerda los detalles de la gira chilena y deja en claro su ignorancia respecto al régimen, tema por demás conocido alrededor del mundo:

«Es obvio que ninguno de nosotros recordaba que el estadio hubiera sido alguna vez usado como «campo de concentración» o cosa semejante y para terminar, también es obvio que, de haberlo recordado, de todos modos habríamos trabajado ahí».

La situación se repitió en la Argentina mientras el Proceso de Reorganización Nacional. En 1978, dos años después del inicio de la junta militar precedida por Jorge Rafael Videla, Gómez Bolaños recibió la visita de altos ejecutivos de la ATC (Argentina Televisora Color), la unión de los tres canales dirigidos con anterioridad por el Ejército, la Fuerza Aérea y la Armada.

La apuesta de la dictadura –que dos años antes introdujo la televisión a color y modernizó los estadios so pretexto de la Copa del Mundo de 1978– era hacerse con los derechos de transmisión de los principales programas del comediante mexicano para mantener abierta una válvula de escape en la población de los horrores de la junta.

Después de tres semanas de arduas negociaciones y una gira pactada en la Argentina, Bolaños firmó un contrato con la televisora oficial, a pesar de que el canal 9 perteneciente al Ejército y dirigido por el coronel Clodoveo Battesti transmitía el programa desde dos años atrás. El día de la primera emisión en el nuevo canal, se aprobó la polémica circular 1050 que golpeó poderosamente en las propiedades y la calidad de vida de los argentinos.

El legado de Chespirito va más allá del de un hombre que entendió a la perfección cómo utilizar la televisión sin un discurso distinto, sin un conjunto de valores ni una visión propia de América Latina, simplemente con el cometido del entretenimiento, respondiendo exitosamente a las leyes del mercado, sus propios deseos y voluntad.

Detrás del «genio del humor blanco», se esconde una empatía con los regímenes militares y políticos que ostentaron el poder a sangre y fuego en el pasado reciente.