Una excesiva preocupación deriva en depresión y trastornos de ansiedad.
Las consecuencias del cambio climático, cobrar la nómina a final de mes, la cantidad de azúcar en el bote de tomate frito, el Brexit, si el mosquito tigre que no me deja dormir me transmitirá alguna enfermedad, etc., la lista de preocupaciones en el día a día puede ser enorme.
Pero no hay que alarmarse: la inmensa mayoría de las cosas que nos preocupan jamás ocurrirán. Preocuparse es humano. Estamos programados para ello, para anticiparnos a los peligros y ser capaces de generar un plan B, en caso de que lo que nos da miedo que pase termine ocurriendo. Pero la estadística está de nuestra parte. Un estudio de la Universidad Estatal de Pensilvania (Estados Unidos) refleja que, de media, el 91% de las preocupaciones de las personas no se hacen realidad.
Preocuparse mucho por demasiadas cosas nos hace estar alerta todo el tiempo, y eso puede derivar en ansiedad y otros problemas como el trastorno de ansiedad generalizada. No preocuparse por nada, en cambio, acaba en depresión. Además, no todo está en nuestras manos. «La clave es responder ante cada preocupación con la medida justa», subraya Francisca Expósito, catedrática y decana de la facultad de Psicología de la Universidad de Granada.
En la actualidad el ser humano, al menos en Occidente, exige más de su salud mental, quiere estar menos preocupado y disfrutar más. El nivel de autoexigencia es mayor. Un ejemplo, la ansiedad a los dogmas que, si un día pudieron venir de la iglesia, ahora pueden ser de la gastronomía. Es decir, querer lo que otros muestran en sus perfectos perfiles de Instagram también genera preocupaciones, pero claro, hay que darse cuenta de que esa gente no sube imágenes cuando va a una hamburguesería o se come cualquier cosa para cenar. Las redes sociales (donde no toda la información es buena), además, son solo uno de los muchos estímulos que respondemos a la vez: una conversación por WhatsApp mientras mantenemos otra en persona, las noticias en televisión, el pensamiento sobre qué cena cocinar, la fiesta del fin de semana…
Preocuparnos excesivamente por cosas que tienen solución destruye la felicidad y cualquier oportunidad de éxito, por eso lo importante no es tanto preocuparse, sino ocuparse, y ocuparse significa relativizar, racionalizar lo que se piensa y cerrar preocupaciones. Desgranar lo importante de lo que no, lo urgente de lo que no. Eliminar peso de la mochila. Porque, al no tener cosas pendientes y poder pasar página, se afronta la vida de una mejor manera.
¿Pero cómo se consigue? Hay varias fórmulas válidas, desde escribir las preocupaciones un día y leerlas al día siguiente (para ver que no eran tan importantes) a sentarse una hora concreta del día a pensar en todas ellas. A muchas personas les resulta más fácil olvidarse de una preocupación si se han otorgado un momento y un lugar específicos para reflexionare.
Otra opción es afrontar los miedos desde la experiencia. Ya sea subiendo a una altura para quien tenga vértigo, paseando por la playa para comprobar lo complicado que es que te caiga un rayo (aunque conviene tener ciertas precauciones durante una tormenta) o comiendo un día pasteles para entender que por sí solos no van a acabar con tu salud si mantienes una dieta equilibrada. Hay que ser responsables, pero también vivir la vida con ciertos deslices. Hay que preocuparse, pero no siempre ni por cualquier cosa. La vida es contraste, no todo es perfecto ni todo es malo.