La milpa es un ecosistema perfecto, que aporta el sustento alimentario y nutre, también, un riquísimo lienzo cultural… hagamos milpa.
Más allá de ser un cultivo históricamente popular en los campos mexicanos, la milpa es una suerte de microcosmos confeccionado en Mesoamérica, que ha servido desde hace siglos como sustento alimenticio y lienzo cultural para los grupos de la región.
Equilibrio y abundancia son las cualidades que resumen lo que ocurre al interior de una milpa, la interacción entre sus elementos:
El tallo del maíz se alza, hasta tres metros, y sirve como eje para que el frijol, planta trepadora, se sostenga; a cambio, el frijol amplía el suministro de nitrógeno al maíz, uno de los nutrientes que más necesita este último para desarrollarse. La calabaza es rastrera, crece en la base de la mata de maíz; así ayuda a conservar la humedad en el piso y, por la estructura de sus hojas y una sustancia que libera, a proteger al resto de ciertos animales e insectos.
A lo largo de la milpa crece una gran variedad de hierbas silvestres, los quelites, cuyo sabor y valor nutricional complementan admirablemente al resto. Cuando se incluye el chile, que generalmente se siembra en los márgenes de la parcela, la planta funge como como escudo al resto del cultivo, ya que ahuyenta diversas plagas. En muchos lugares de México los campesinos separan sus parcelas, donde se siembra la milpa, por hileras de nopales o magueyes, plantas que también aportan insumos importantes a la tradición alimenticia del país.
Al ser un policultivo, no desgasta la tierra tanto como los cultivos únicos, lo cual facilita el no utilizar fertilizantes químicos, pues además el rastrojo, aquello que queda después de cosechar, sirve como abono natural para el siguiente ciclo de siembra. Pero la generosidad milpera no termina ahí, ya que este policultivo atrae diversos animales, lo cual facilita la caza y, en general, actúa como imán de abundancia.
Finalmente, la milpa es un “ecosistema donde se favorecen interacciones ecológicas benéficas (control biológico de insectos, fertilidad del suelo y polinización) brindando diferentes beneficios a las especies que en ella conviven”.
En torno a la milpa, a su cultivo y consumo, ha florecido una fascinante cartografía cultural, repleta de leyendas, de tradiciones y técnicas; la milpa figura en incontables mitos, a ella se le llevan ofrendas, se le viste con flores o se le canta; por ella se dialoga con las deidades de la naturaleza y se invoca su generosidad.
Hacer milpa se refiere estrictamente al acto de sembrarla. Pero podríamos afirmar que también “se hace milpa” conociendo sobre ella, entendiendo lo mucho que enriquece nuestro patrimonio biocultural y, por supuesto, consumiendo los deliciosos productos que en ella se cultivan. Es decir, se hace milpa, también, valorándola.
Fuente: Masdemx.com