Experiencias físicas que te sacarán de tu mente, el trance es un estado místico de la subjetividad.
No es un lugar, ni un momento en sí. Es una forma de “estar”, que, según diversas creencias espirituales, te conecta con “lo divino”; sin embargo, no parece ser una vivencia de revelaciones. Al contrario, quienes lo han experimentado, sugieren que es un momento de desapego de la conciencia propia, como una suspensión de la subjetividad.
Hay prácticas para inducir el trance; cabe la posibilidad, sin embargo, de hallarse en este estado, víctima de un estímulo que hipnotiza y despega al sujeto del espacio y tiempo. Hay experiencias que llevan las sensaciones corporales a su propio límite o elementos que se repiten una y otra vez, hasta desdibujar las fronteras entre el instante presente y el pasado, haciendo que uno entre en trance. Aquí te presentamos algunas formas muy mexicanas de entrar en trance. Cuando te los vuelvas a encontrar, permite que te desarticulen…
Respirar atmósferas humeantes.
El humo nubla la vista y tal vez, también la mente; pero ilumina una cara oculta de tu conciencia. Abundan en México las atmósferas humeantes de aromas profundos que estimulan y potencializan los sentidos. El copal, místico “incienso de la tierra”, por ejemplo, ha sido utilizado ancestralmente en rituales sagrados por su dulce y densa fragancia.
Escuchar un motivo musical que se repite.
La repetición tiene la cualidad de alterar la percepción del tiempo. Parece que este se alarga infinitamente y, al mismo tiempo se acorta, en tanto que la escena que se repite se vuelve familiar. En México, hay tradiciones musicales fundadas en la repetición de motivos (como las piezas de violín de los tarahumaras o el son jarocho). La piezas ancladas a estos géneros podrían continuar por algunas horas. El hipnotizante transitar por el mismo momento, una y otra vez, te llevará al trance seguro.
Darte una enchilada mística.
Los mexicanos adoramos sentir con el cuerpo. Nos fascina el tacto en nuestros “protocolos” cotidianos (como el frecuente saludo de beso y abrazo) y nos encanta estimular lo físico con olores, colores brillantes y sabores muy intensos. Habrá algunos que lo detesten, pero, en general nos encanta aderezar la comida con una dosis infame de picante. Pocas formas tan efectivas de inducir un trance, como el darse una enchilada mística; una que francamente no te deje pensar y sólo te haga sentir.
Tomarse unos buenos pulques.
El pulque es una bebida muy especial. No sólo por su relación con lo divino o sus comprobados beneficios para la salud. Si has tomado pulque, conoces la extraña sensación que produce. Un sopor peculiar. Una densidad deliciosa que “tira, que mata, que te hace andar a gatas” y sin duda, te despega de la propia corporalidad.
Observar cuidadosamente cómo se hacen las tortillas.
Como un mantra, la repetición mecánica del proceso de hacer tortillas, puede estimular profundamente y alterar la conciencia. Si es en una máquina, el sonido que emite el generar idénticos discos de masa, puede hacerte olvidar la temporalidad. Hay también, una belleza hipnotizante en observar a una persona amasando, formando una pequeña pelotita de maíz, prensándola, tirando la tortilla al comal, dejar que ésta se infle, voltearla y sacarla. Y luego, otra vez, mil veces, sin parar.
Escuchar las campanas de las iglesias en los pueblos.
Las campanas de las iglesias tienen la función de dar la hora y avisos pertinentes como la muerte de un vecino o el inicio de una fiesta patronal. Cuando suceden estos últimos, las campanas (especialmente en los pueblos) pueden continuar sonando por horas y horas. El primer efecto, para quien no acostumbra experimentarlo, podría ser un dolor de cabeza promedio; a continuación, podría acontecer una profunda desesperación y, por último la delicia del trance, de desanclarse de toda realidad fáctica.
Hacerte uno con la masa.
Hay algo francamente mágico en estar rodeado de miles de personas. Cuando uno se permite hacerse uno con la masa, seguir sus pasos en lugar de los propios, resignarse al sudor y al contacto sin límites, renunciar al “espacio vital” y descubrir que efectivamente “todo cabe en un jarrito”. Quien conoce el metro de la Ciudad de México en hora pico o un viernes por la noche en el carnaval de Tepoztlán.
Escuchar el rezo en un velorio.
Los rezos en el velorio se hacen solemnemente. El tono de voz es, entonces, plano; como si quisiera ocultar la tristeza o demostrar una respetuosa carencia de emotividad. Se repiten muchas veces los mismos versos, invocando fervientemente lo mejor para los presentes, especialmente el muerto. Rezando o escuchando, el trance es inevitable y el rezo puede seguir por muchas horas.
Transitar las carreteras sinuosas de la sierra oaxaqueña.
Algunas carreteras mexicanas son bellísimas, porque los paisajes son alucinantes. Pero también pueden ser complicadas y peligrosas. A algunas no les quedó más que seguir el camino trazado por las sierras y montañas que estaban mucho antes que ellas. En Oaxaca, las carreteras son especialmente sinuosas. Afortunado serás si te encuentras a penas un tramo recto, excepcionalmente corto. No hay manera de evitar el trance y perderse en un malestar que se convierte en conciencia profunda del propio cuerpo.
Fuente: Masdemx.com