Pensar sobre la muerte es el principio de una vida reflexiva que accede al significado y posiblemente a la espiritualidad
El primer y más básico acto de conciencia que distingue al ser humano es notar que «vamos a morir y todas las personas que conocemos van a morir». Esto parece muy sencillo pero es sumamente significativo, y si no nos lo parece es porque realmente no lo hemos asimilado.
«Lo sabemos sólo intelectualmente, no emocionalmente», dice el psiquiatra Claudio Naranjo. La clave, entones, yace en sentir la muerte, por más horror y contrasentido que esto nos parezca.
Explica: si sintiéramos que nos vamos a morir seríamos mejores personas, no seríamos tan narcisistas, si sintiéramos que nos vamos a morir aprovecharíamos mejor el tiempo… nos dedicaríamos más a buscar aquello que no es mera supervivencia y comodidad o dinero… o estatus… las cosas más profundas de la vida las buscaríamos más si supiéramos que la vida es un recurso escaso, que lo es.
El terapeuta y médico chileno dice que el hecho de no sentir la muerte «es un paradigma de la represión, de la inconciencia» en la que estamos sumidos. «Mientras menos esté una persona en sintonía con sus potencialidades y con su destino, mientras menos esté viviendo para el bien de su alma y de los demás, más traumática la conciencia de la muerte».
Cotejemos la meditación sobre la muerte con nuestra vida común y corriente viviendo para entretenernos o pasar el rato indolentemente: «pensar en la muerte nos libera de la fantasía, de las cosas triviales, de los chismes», nos hace trascender el entretenimiento banal, «nos permite llegar a nosotros mismos, atravesar una antesala de horror al vacío».
Naranjo menciona que Gurdjieff, «el Sócrates ruso» (o armenio), decía que «se nos ha implantado un órgano especial para adormecer en nosotros la conciencia de la muerte… de la misma forma que nosotros alimentamos corderos o cerdos para engordarlos y comérnoslos, así la naturaleza también nos engorda».
De hecho la conciencia de la muerte y de este esquema de una vida sin sentido, que es una marcha al matadero sin conciencia de lo que ocurre, constituye un rasgo definitivo de un grado superior de humanidad espiritual.
«En las tradiciones espirituales, la conciencia empieza por la conciencia de la muerte o que todo es transitorio, evanescente, impermanente». Así se conecta Gurdjieff con el Buda (quien enseñó anicca, la impermanencia de todas las cosas) y Sócrates, quien dijo que la filosofía es esencialmente un entrenamiento para la muerte, esto es, llevar una vida filosófica para que la muerte sea un acto de conciencia en el que el alma sea capaz de recordar y recobrar su propia naturaleza divina.
Por último Naranjo habla sobre Heidegger, el filósofo alemán para quien «El ser es ser hacia la muerte», y quien nos enseña que «si queremos despertar y ser auténticos debemos conectarnos con esa realidad». La meditación sobre el ser es una meditación sobre la muerte, la inescapable frontera que da sentido a nuestra vida y hacia la cual debemos dirigir nuestra conciencia, como un río a un mar.
Fuente: Pijamasurf.com