Este símbolo de la cosmovisión, plasmado tanto en la Piedra del Sol como en la Virgen de Guadalupe, porta los más ancestrales significados de una cultura.
En la famosa Piedra del Sol, esa fastuosa pieza que condensa parte de la esencia de esta cultura, está plasmado en su centro el Nahui-Ollin, uno de los símbolos más poderosos de la mitología mesoamericana. Este signo engloba la concepción del universo, del tiempo y del espacio de la cultura nahua. Es el eje del cual parten los 4 rumbos del universo y su centro representa el punto justo de encuentro entre el cielo y la Tierra.
Es llamado el quinto sol, porque, según esta cosmovisión, nuestra era fue precedida por otras cuatro. Hasta ese momento las cuatro fuerzas primordiales del universo: agua, tierra, fuego y aire, predominaron en su respectiva edad o sol. La oposición que surgió entre esas fuerzas cósmicas, simbolizadas por 4 divinidades, dio como resultado varios cataclismos que acabaron con estas eras anteriores.
En la quinta edad cósmica es donde fue posible la vida por una cierta armonía, y no el predominio de los anteriores elementos. El tiempo en esta quinta edad está sometido a la influencia sucesiva de cada uno de los 4 rumbos del universo, como una especie de síntesis armónica. Este mismo símbolo, una flor de 4 hojas, es también parte de la mitología sobre Quetzalcóatl, quien al alcanzar la sabiduría se inmoló y su corazón se volvió un haz de luz que subió al cielo, transformándose en un astro: Venus.
Durante el ciclo vital, el corazón, cuyo símbolo es también el Nahui Ollin, debe alcanzar su florecimiento, es decir, debe llegar a ser un “corazón florido”. El nombre de este sol es Nahui Ollin, el cual rige hoy a la humanidad.
Esta nota la dedicamos a la significativa coincidencia de la presencia de Nahui Ollin en el manto de la virgen de Guadalupe, que además aparece sistemáticamente. La flor de los 4 pétalos es una presencia activa de la simbología azteca, fenómeno ampliamente desmenuzado en un artículo de Filo Zitlalxochitzin. Y aunque dicho texto se concentra la posibilidad de que el manto hubiese sido pintado por un indígena, lo importante es que quizá el más medular símbolo azteca fue, y continúa siendo, un notable vínculo entre la religiosidad contemporánea de México y sus raíces prehispánicas.
En su discreción, esta flor de 4 pétalos, el Nahui Ollin se erigió en una significación religiosa que si bien quizá facilitó la conquista, unificó una identidad colectiva que hasta hoy persiste desde los ecos de una visión espiritual milenaria.
Fuente: Masdemx.com