Cambiar radicalmente de dieta es la única forma de revertir los daños que hemos causado sobre el planeta.
A diferencia de otras especies, la nuestra evolucionó a partir de la transformación del entorno, lo cual eventualmente derivó en la situación en la que nos encontramos hoy en día: las condiciones meteorológicas globales han cambiado radical y aceleradamente en las últimas décadas; numerosas especies se han extinguido por causas relacionadas directamente con el ser humano; la contaminación de los suelos y los mares amenaza la supervivencia de la vida, etcétera.
A mediados de este año Joseph Poore y Thomas Nemecek (investigadores de las Universidades de Oxford y Zúrich, respectivamente) publicaron un estudio en el que analizaron las acciones inmediatas que es posible emprender y que son capaces de reducir significativamente el impacto humano sobre el medioambiente.
De todas las opciones exploradas, la única que, a decir de los científicos, se mostró como realmente efectiva, es reducir e incluso suprimir la carne y los lácteos de la dieta cotidiana. Poore y Nemecek llegaron a esta conclusión luego de analizar el hecho de que de la superficie terrestre destinada a la producción de alimentos, 83% se utiliza para la producción de carne o de productos lácteos, lo cual genera el 60% de los gases de efecto invernadero relacionados con la agricultura y, en contraste, provee únicamente un 18% del total de calorías y 37% de las proteínas consumidas por la población mundial.
Según este mismo cálculo, si la especie humana dejara de consumir carne y lácteos, la superficie de la Tierra destinada actualmente a la producción de alimentos se reduciría en un 75%, lo cual equivale al territorio combinado de Estados Unidos, China, Europa y Australia.
Además de la reducción significativa de gases asociados con el calentamiento global que este cambio implicaría, otras consecuencias benéficas de una modificación radical de la dieta humana serían la recuperación de la acidificación natural de los suelos y la limpieza general de los cuerpos de agua que se usan en la producción alimentaria.
Producir 100g de carne de res, por ejemplo, genera 105kg de gases de efecto invernadero, mientras que producir 100g de tofu genera apenas 3.5kg. Es ese desequilibrio el que afecta enormemente el entorno donde se asienta un punto de producción de carne y lácteos. No es casualidad que, como señaló otro estudio, actualmente casi nueve de cada 10 mamíferos sobre la Tierra son ganado o seres humanos.
Poore y Nemecek reconocen que lograr un cambio en este campo no es sencillo, no sólo por los hábitos de dieta y consumo ampliamente extendidos entre la población mundial, sino también por los intereses económicos de dicha industria. Con todo, el señalamiento está hecho. Después de todo, si la toma de conciencia es generalizada, nada impediría cambiar las cosas. Al menos, hipotéticamente hablando.