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Corregir los errores de los padres: un paso necesario para una vida en libertad

¿Qué hacer respecto de los errores que los padres cometen en la formación de un hijo?

Entre todas las relaciones que el ser humano sostiene a lo largo de su vida, ninguna ejerce tanta influencia en su desarrollo y manera de actuar como la relación que se tiene con los padres durante los primeros años de infancia. La idea de crecer y los significados socialmente construidos de lo que implica cumplir años y dejar de ser niños son dos de los factores que suelen nublar dicha importancia, haciéndonos subestimar el efecto de esa etapa de formación y aprendizaje al lado de nuestros padres, el cual, sin embargo, se extiende más de lo que solemos aceptar.

En el caso del ser humano, la crianza corre también por otra senda, paralela a la mera supervivencia: la iniciación a la cultura y la civilización humanas. Para poder formar parte de una comunidad, el niño debe aprender los recursos necesarios que le permitan entender el mundo al que ha arribado: el lenguaje, las normas sociales, la historia de un país, las tradiciones de una sociedad y, en general, toda esa miríada de significantes que nos permite codificar diariamente la realidad que ha construido nuestra especie.

Sin embargo, pese a que es muy probable que todos o casi todos podamos estar de acuerdo en que, como a veces se dice coloquialmente, educar a un hijo no es sencillo, por otro lado muy pocas personas tienen la disposición de aceptar que sus padres cometieron errores en esa misma formación. ¿Por qué nos resistimos a considerar la circunstancia lógica y hasta previsible de que en una tarea de complejidad elevada se presenten equivocaciones?

Filosóficamente, esta renuencia a aceptar los errores de los padres puede explicarse acudiendo a la idea de la dialéctica del amo y el esclavo, que G. W. F. Hegel cuenta entre las fases por las que pasa el ser humano en su proceso de adquisición y asunción de su conciencia. Dicho con cierta brevedad, el niño puede mirarse como el esclavo que, en la metáfora de Hegel, no conoce otro mundo más que aquel que le muestra el amo, no conoce otras reglas ni otros horizontes, no conoce otro relato ni otras formas de pensar o de concebir la realidad más allá de lo que diariamente muestra el amo. En ese panorama, ¿cómo esperar que en la mente del esclavo surja la idea de que el amo se equivoca? ¿Dónde puede surgir el error en un mundo que parece estar hecho a la medida del amo?

Con todo, esta explicación, aunque útil, puede parecer muy metafórica y aun abstracta. También muy severa. Ya la sola idea de intentar entender una relación como la de los padres con un hijo bajo las ideas de un amo y un esclavo puede llevarnos a evocaciones que nos distancien de la singularidad de dicho vínculo.

¿Qué significa, en este contexto, “corregir los errores de los padres”? De entrada, admitir la complejidad de la tarea de la crianza humana, que inevitablemente implica equivocaciones, no sólo por el hecho de que nadie sabe ser padre o madre, sino también porque debido a la naturaleza propia de la cultura humana es imposible que exista una forma infalible de educar a un niño.

En segundo lugar, entender que nuestros padres fueron también seres humanos, es decir, seres de posibilidades finitas, limitados por sus circunstancias y que, por ello mismo, seguramente se equivocaron en nuestra formación.

Sin embargo, y este es el tercer punto, no se trata de entender todo esto a manera de un reproche o un reclamo. ¿De qué sirve inquirir a un padre o una madre por una acción cometida u omitida hace 10, 20 o 30 años? Por lo demás, ¿quién puede asegurar que eso que a nosotros nos parece un error al padre o la madre le pareció en su momento lo mejor que podía hacer, o lo único? Se trata, en todo caso, de hacerse cargo personalmente de todo ello y enmendarlo por cuenta propia, en el marco de la existencia donde sus efectos los hacen ver como errores de la formación inicial.

Valdría la pena considerar también que quizá esta forma de comprender la relación con los padres puede conllevar una vida fuera de la obediencia, es decir, una vida de libertad verdadera. Si podemos mirar a los padres no como seres infalibles y extraordinarios, sino más bien en su dimensión humana, próxima, ¿qué autoridad podría sobrevivir después de ellos a este examen? En cierto modo, dejar de creer ciega o fervientemente en la autoridad paterna y materna es el pasaje que el sujeto necesita para participar en el concierto de lo humano no como un esclavo o un subalterno, sino como una persona propiamente dicha.

Considerar los errores de los padres y asumir la posibilidad de corregirlos en el marco de nuestra existencia es, en el fondo, aceptar también el hecho de que la subjetividad es una obra siempre en proceso, nunca del todo terminada y más aún, en cierto sentido perfectible. Probablemente la mejor manera de honrar la relación que une toda la vida a un hijo con sus padres sea tomar el relevo ahí donde ellos se equivocaron y, en consecuencia, intentar actuar mejor, tomar mejores decisiones, hacer el esfuerzo de conducir nuestra vida de mejor manera.

Twitter del autor: @juanpablocahz

Fuente: Pijamasurf.com