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La historia de la absurda e inexplicable tradición mexicana de tronar cohetes

Es difícil descifrar por qué una actividad como tronar cohetes sigue siendo una tradición tan popular en nuestro país.

A pesar de que un grave riesgo e, incluso, la muerte tanto para los que los usan como para los que los fabrican y no importa si acudes a revisar estudios de sociología, es complejo comprender por qué hay mexicanos a los que les gusta tanto la pirotecnia. Solo los artesanos y sus propios testimonios pueden resolver la pregunta. Pero retrocedamos en el tiempo para ver cómo los cuetes siempre han sido temidos y aún así, persisten en nuestras vidas.

De España para México.

La pirotecnia (que es una palabra que guarda un significado muy poético) llegó a México durante la época de la Conquista. Hay vestigios de ese entonces, en España, que demuestran cómo esta absurda tradición de prender fuego es inexplicable desde tiempos inmemorables. Porque, al igual que hoy, como cuenta la investigadora de la UNAM María del Carmen Vázquez Mantecón, era considerada una gran “atracción” que al mismo tiempo daba miedo. Provocaba “temor”.

Corría el año de 1554 y, en una fiesta organizada en la ciudad española de Benavente, se llevaría a cabo una boda entre el monarca Felipe II y María de Tudor. Para festejar este suceso, como narra el libro Sumaria y verdadera relación del buen viaje que el invictísimo príncipe de las Españas hizo a Inglaterra, de 1554, del escritor Andrés Muñoz, se presentó un espectáculo de pirotecnia. Al parecer, Felipe II quedó completamente confundido al ni siquiera saber exactamente cómo describir lo que había visto. Según un cronista, el monarca dijo que fue “cosa de gran admiración” ese “tan espantable fuego” que se desprendía de unos “salvajes graciosamente hechos”. Es decir, los cohetes desde entonces no tenían sentido, pero le gustó el espectáculo.

La regulación de la pirotecnia y los cuetes no es una idea ni una necesidad contemporánea. Cuando la Nueva España ya se había establecido, las autoridades de ese entonces también presentaron problemas -como ahora- para regularizar la manufactura de los fuegos artificiales. No contamos con datos o cifras que especifiquen cuántos accidentes trágicos sucedieron en aquellos años, pero debido a la peligrosidad los cuetes, que eran fabricados en las azoteas de las “casas reales”.

En 1600, durante el gobierno del virrey Luis de Velasco , se decidió que sería una mejor idea que fuera construida la primera fabrica, o mejor dicho, el primer “estanco de cuetes” que fuera la distribuidora exclusiva de pólvora de todos los coheteros (como también se les llama a las personas que hacen, pues, los cuetes) de México. Se encontraba en Chapultepec y fue conocida como “La fábrica de pólvora de Santa Fe”. Pero eso, no impidió la proliferación de los contrabandistas y coheteros ilegales, aunque con el tiempo las normas se hicieran más exigentes y los problemas, las irregularidades y los accidentes siguieran ocurrieron.

Más de cien años después aún había problemas. E incluso, los coheteros eran detenidos de formas absurdas con pólvora oculta prácticamente debajo de sus almohadas, como en este caso: “En 1745, fue detectado un robo de materiales del Real Molino. La averiguación llevó a descubrir una red de implicados, iniciando los autos contra el cohetero mestizo Pedro Manuel de Ortega, en cuya casa de vecindad, debajo de la cama, encontraron pólvora y salitre, confirmando varios testigos que los vendía a sus colegas y confesando él, que atajaba a los compradores —coheteros e indios de fuera— en un zaguán cercano al Estanco”, narra Vázquez Mantecón en su tesis Cohetes de regocijo: Una interpretación de la fiesta mexicana.

Uno podría pensar que, siendo los españoles quienes nos conquistaron y quienes, en su mayoría, enseñaron a los nativos de nuestro país a jugar con la pólvora, tendrían una visión positiva sobre sus enseñanzas y sí, que los fuegos artificiales eran una buena forma de celebración, pero no todos creían eso. En 1779, ocurrió una veda de “cohetes voladores” a raíz de una serie de incendios en casas, explica Vázquez Mantecón. Entonces, después de que el virrey de Bucareli recibiera una queja por parte de un administrador de pólvora en Taxco, que alegó que el consumo de salitre, azufre y carbón se había reducido, recibió una extraña y clasista respuesta de un fiscal (de una Real Hacienda) argumentando los motivos por los que habían sido suspendidos los cuetes: dijo, en resumen, que la pólvora era más urgente y necesaria para la guerra.

El fiscal argumentó que los cuetes fueron banalizados a pesar de que eran usados, sobre todo, para las fiestas religiosas: “(Las fiestas religiosas) ‘no conducían ni al culto ni a la devoción’ como debiera presumirse, sino a ‘una breve diversión de la gente ignorante del vulgo, que lejos de moverse a los actos de piedad a que la iglesia santa dirige sus solemnidades, las profanan, quebrantan y convierten en usos inicuos’. Para ese funcionario, lo que propiciaban esos cohetes era ‘el regocijo del vicio’, convirtiendo todas esas funciones en ebriedad y disolución, entretenimientos que, concluyó al respecto, abominaban ‘las personas de sentimientos y buen juicio’”, cuenta.

Tal vez, y citando de nuevo a Vázquez Mantecón, la pasión actual por los cuetes se deba a lo mismo que señaló en 1749 el ingeniero y matemático italiano Giuseppe A. Alberti Bolognese: a que la pirotecnia era (y es) una herramienta significativa en la felicidad de las personas. Muchos podríamos estar en desacuerdo con eso, pero sus observaciones determinaron que “eran demostraciones públicas de alegría”, escribió. Pero lo que es un hecho es que los coheteros son imparables.

No importa a cuántos incendios -provocados por sus propias creaciones- hayan sobrevivido o cuántas quemaduras hayan sufrido sus cuerpos: no se detienen. E incluso, si le preguntaras a cualquier cohetero del país si estaría dispuesto a abandonar su oficio respondería con un rotundo “no”. Porque no saben vivir sin fuego. Uno de ellos, entrevistado por Cuestione, te diría que “no puedes evitarlo (el fuego)”, como explicó este cohetero de Tultepec (el municipio de México en donde actualmente se produce la mayor cantidad de cuetes y que es el foco de más accidentes) llamado Jonathan Rodríguez.

“Toda mi familia se ha dedicado a esto. A mi papá le tocó una explosión muy grande y decidió dejarlo, pero tuvo que hacerlo poco a poco porque no puedes dejarlo de golpe. Yo, cuando tuve una hija, lo entendí. Me entró la idea de alejarme. Pero no es fácil: esto es lo que me vio nacer. La gente te ubica por esto, te jala, te busca. Es difícil”, dijo.

Y así como él, muchos otros coheteros responderían lo mismo argumentando que es una tradición que simplemente, no pueden abandonar. El fuego, tristemente, es inevitable, y al parecer, inexplicable.

 

Vía: Codigoespagueti.com