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TEOTIHUACÁN FUE CONSTRUIDA COMO UNA RÉPLICA DE LA CONCIENCIA CÓSMICA

La ciudad de los dioses es la viva representación simbiótica del Cielo y la Tierra, donde la serpiente aprende a volar.

No sé sabe con exactitud quién o quiénes fueron los creadores de esta magna construcción teocrática. Su estructura, única en el mundo, intenta similar el universo, y no sólo el que sabemos está allá afuera conteniendo nuestro planeta, también en particular nuestro universo interior. Más allá de definir a estos vestigios de una tribu desaparecida, como simples creencias politeístas sobre reyes que se transformaban en dioses, habremos de entender que las civilizaciones mesoamericanas no concebían al poder y el desarrollo como lo hacían los occidentales. Ello no porque nuestros antepasados fuesen una civilización más avanzada científicamente hablando, sino porque valoraban por encima de todas las cosas la evolución interior; la de conciencia.

Teotihuacan, “ciudad de los dioses” o “lugar donde los hombres se convierten en Dioses”, fue la locución náhuatl que los mexicas le dieron a esta magna ciudad teocrática que ya se encontraba construida para cuando llegaron al territorio. Su origen es todavía objeto de investigación, aunque la Antropología nos advierte que se trata de una ciudad edificada por la tribu tolteca 2mil años antes de la llegada de los aztecas.

Teotihuacan es una especie de quincunce, una distribución geométrica en la que cuatro piezas conforman un cuadrilátero y una quinta -en el centro y cruce de sus diagonales-, el resultado de la simbiosis de las cuatro. Este punto central se ha interpretado en muchas ocasiones como la unión del Cielo y la Tierra; o la de un hombre, su corazón, que de igual forma a través de los cuatro elementos (Sol de Fuego, Sol de Aire, Sol de Agua, Sol de Tierra) se elevaría en la era del quinto sol como un Tlahuizcalpantecuhtli (o superhombre nietzscheano); el “señor de la estrella del alba” o el planeta Venus, que por cierto en algunos códices tenía aspecto de esqueleto. Esta deidad tolteca fue adoptada también por los mexicas, quienes lo pintaron en su memoria colectiva como una serpiente emplumada.

Era en esta ciudad donde los reyes, a través de la muerte, se transformaban en dioses. Los hallazgos de las cámaras mortuorias debajo de estos vestigios han hecho pensar que también se había construido un inframundo, una extraordinaria ofrenda ubicada a 103 metros de la entrada del túnel del Templo de la Serpiente Emplumada. Esta metáfora del “más allá” concuerda con el mito prehispánico de la inmortalidad de los reyes, o de los preparados para ascender a Dioses: comenzando por el lado Este (como se creía lo hacía el sol) y descendiendo al Oeste donde se encuentra el pasaje a dicho “inframundo” para ulteriormente ascender en la cúspide de la serpiente emplumada —o la serpiente tragada por el águila, una fusión o integración de nuestra propia conciencia con el origen o Padre-Madre Interior. Al parecer, la construcción de Teotihuacán, y como lo advierte el arqueólogo Sergio Chávez Gómez, es una réplica de la manera como se concebía el cosmos en la antigüedad.

Teotihuacán fue fundada en un territorio geográfico poco usual. Está situada a sólo 50 kilómetros de la Ciudad de México y 15 kilómetros de la costa del lago de Texcoco, muy lejana al sistema lacustre de las ciudades sureñas del Valle de México. Por sus parajes cruzaba un río, el San Juan, que viene de las costas del noroeste y culmina justo aquí.

La estructura de la ciudad de los dioses, o donde los hombres se convierten en dioses, es la viva representación simbiótica del Cielo y la Tierra, de lo celestial y lo terrenal, ambas figuras atravesadas por miccaotli, o la calzada de los muertos. Es el lugar donde la serpiente aprende a volar, donde se conjugan 5 de los soles que dan origen a universos distintos, a épocas que se mueven en el ciclo inmortal de la vida eterna. Decía Borges que “no hay cosa que no esté como perdida entre infatigables espejos. Nada puede ocurrir una sola vez, nada es preciosamente precario”, así Teotihuacan es el eco de nuestro pasado, una grandiosa metáfora de lo que debemos repetir a manera de universo interior.